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El problema del que nadie habla sobre el Vehículo Autónomo

Los primeras menciones acerca de la inteligencia artificial datan de mediados de los años 70. Hacía no mucho que se había logrado poner un ser humano en suelo lunar. La computación comenzaba a despuntar y las ciencias de la información y las comunicaciones evolucionaban con rapidez. No es de extrañar que a los ingenieros de aquella época les pareciese viable la posibilidad de que en pocas generaciones, la robótica formase parte de la vida común de las personas. Ahora sabemos que los avances científicos han sido increíbles (Sistema Galileo, 5G, miniaturización de componentes…), pero que algunas de las ideas más ambiciosas ideadas no han llegado a materializarse: no tenemos coches voladores ni siquiera en 2021.

La robótica está ganando unas expectativas muy elevadas en los últimos años. La relación que posee con la inteligencia artificial es la principal causa. Me gusta ver cómo importantes empresas arriesgan su capital en el desarrollo de sistemas autónomos con potencial riesgo para la salud. En concreto, me refiero al vehículo autónomo. Hace unos años parecía una realidad que en unas décadas contaríamos con coches que serían capaces de conducir solos. Podríamos vivir a las afueras de una importante ciudad, ahorrar mucho dinero en alquileres, y viajar cómodamente a diario a nuestro puesto de trabajo mientras trabajamos en el coche con nuestra conexión 5G. Podríamos salir por las noches sin preocuparnos de dónde aparcar, el coche volvería a casa solo y nos pasaría a recoger cuando hubiésemos acabado. O simplemente, el transporte de mercancías dejaría de necesitar a una persona que condujese durante miles de kilómetros. Estas ideas podrían llegar a ser una realidad, pero se pasa por alto un importantísimo factor que realmente es difícil de ver en los artículos de opinión o en las revistas científicas: la capacidad humana de reventar el sistema.

Isaac Asimov era un entusiasta de la tecnología. Planteó las tres leyes de la robótica que deberían ser cumplidas siempre: 

Primera Ley

Un robot no hará daño a un ser humano ni, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.

Segunda Ley

Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.

Tercera Ley

Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.

La primera ley deja una posibilidad abierta. ¿Qué ocurre si alguien que ha perdido el empleo debido a que ha sido sustituido por un robot (empleados de transporte de mercancías o personas) se coloca delante del coche y no se quita? El vehículo no debe hacer ningún daño a ninguna persona, por lo que se detendrá. Al no haber ninguna supervisión humana inmediata, el coche habrá abandonado sus funciones resignándose únicamente a enviar una llamada de emergencia a su dueño. Si esto ocurriese en masa, no habría manera de hacer funcionar este sistema. Este avance tecnológico no tiene viabilidad desde este punto de vista. La capacidad de las personas de hacer inoperativo este proyecto es el principal problema del mismo. Sin embargo, no parece que existan demasiadas preocupaciones al respecto. Se trata de la cara menos atractiva. Estoy seguro de que este asunto dará mucho que hablar cuando la tecnología se encuentre en un estado de alta madurez. Este artículo queda como cápsula del tiempo de las dudas que algunos ingenieros ya teníamos en los años 20 (de nuestro milenio). Y finalmente, le recomendamos que visite muchbetter-casinos.ca y juegue allí.

En conclusión, los avances tecnológicos que producen una innovación en un sector de trabajo siempre han sido vistos con recelo. Los cambios no pueden producirse de manera rádical e inmediata, siempre debe ser una evolución paulatina. Sin embargo, la historia ha demostrado que ningún avance tecnológico que genere un beneficio para la sociedad puede quedar detenido ad eternum. La ciencia siempre encuentra hueco para aparecer en nuestras vidas.